viernes, 1 de agosto de 2014

Shadows (4). Recuerdos del pasado.

    Era una fría noche de diciembre, a tan solo dos días para año nuevo. El viento ululaba al atravesar las poca hojas que vestían los árboles, un frío intenso recorría todo mi cuerpo y calaba mis huesos como si de un afilado bisturí se tratara. 
    Me prometí no beber en estas navidades, pero ya era demasiado tarde, me tambaleaba como un tronco en una furiosa tormenta. Busqué en mi gabardina el paquete de tabaco, "Marlboro", me prometí también dejar el tabaco después de que el médico me dijera que tenía unas pequeñas manchas negras en el pulmón derecho. Pero, ¿por qué dejar lo que me gusta? -Hay solo una vida.- Me decía a mi mismo, sin saber cuanto la echaría de menos.
     Ya llevaba unas semanas volviendo a casa de madrugada y con un olor en la ropa a ginebra y perfume barato de mujer. Linda ya estaba cansada de la misma historia todos los días. -Ni en Navidades John, ¡ni en las malditas Navidades!-Me gritaba entre lágrimas una y otra noche. Me avergüenzo de mi mismo. Ella me quería, era la persona que más me quería en este mundo o quizás la única.
     Me encendí el último cigarro que me quedaba en el paquete y lo disfruté como si fuera el último cigarro de mi vida, iba demasiado borracho para poder erguirme de pie. El humo del tabaco y los cinco gin tonics que llevaba en el cuerpo hacían que cada paso que daba me dieran arcadas. Empezó a nevar, y yo aún estaba a unos metros de casa, Linda me quitó las llaves del coche porque según ella un día me estamparía contra un árbol y me ahogaría en mi propio vómito.
     La nieve ya cubría parte de la calle, vi una fuerte luz viniendo hacia mí.-Es el cielo.-Me dije. Me equivocaba totalmente, era el quitanieves que pasaba al lado mía gritándome.-¡Aparta puto borracho! Algunos tenemos que trabajar. Yo me limité a sacarle el dedo y mandarlo a la mierda.
     Al fin llegué a casa, saqué las llaves y como buenamente pude, las intenté meter en la cerradura, mi mano tambaleaba tanto que no conseguí meterla dentro.-Respira hondo y cálmate John.-Me decía a mi mismo.-No queremos desperar a Linda y al niño. Pero la maldita llave no entraba.
     De repente alguien abrió la puerta, era Linda, mi mujer.-Entra.-Me dijo seriamente. Yo entré y justamente al poner el pie sobre la alfombra del corredor, sentí que todo lo que había entrado por mi boca aquella noche salía como si de un desagüe se tratara. En efecto, lo vomité todo, delante de mi esposa. Ella me miraba con una lágrima en los ojos y moviendo la cabeza hacia los lados.-Son las tres de la mañana John. Estaba muy preocupada.
     -Me paré en el pub de Patrick a tomar algo.-Le decía limpiándome los restos de vómito con la manga de la gabardina. Patrick era un irlandés que tenía un pub dos manzanas abajo. El cabrón sacaba todos los días a borrachos a punta de escopeta. A mí nunca me lo hizo, le dejé demasiado dinero en todo el tiempo que llevaba bebiendo allí, supongo que no quería perder a su mejor cliente.
     Fui a coger otro cigarrillo, pero me acordé de que el paquete estaba vacío.-Tenemos que hablar John...-Me decía Linda llorando.-¿No puedes dejarme una sola noche Linda? Sólo te pido una puta noche para poder hacer lo que me de la gana.-Le grité.-Vas a despertar al niño John...-Me decía llorando.-¿Por qué no cierras la puta boca de una vez y te duermes?-La situación empezaba a írseme de las manos.-John para por favor. Ya ni en Navidades John, ni en Navidades.
     Entonces me levanté sin ser consciente de lo que hacía.-Vuelve a repetir esa maldita frase Linda, y te juro que será la última vez que la digas. Ella lloraba aún más.-Acabas de despertar al niño, John.- El pequeño Frank lloraba. -¡He dicho que cierres la boca maldita zorra!-Le grite. Ella, presa del pánico me soltó una bofetada. Nunca debía de haberlo hecho.
     La bofetada me cruzó la cara, me hizo sangrar la nariz y yo al ver la sangre perdí totalmente la cabeza. Fue la chispa que prendió la mecha. -Oh dios mío no quería hacerlo John... Lo sien...-No la dejé acabar, le solté un puñetazo a la altura del estómago, ella se retorció de dolor.-John para...-Me decía. John ya no estaba allí, solo quedaba de él su cuerpo, no era consciente de lo que hacía.
     El niño lloraba aún más y yo no paraba de golpearla. La cogí del pelo y con la otra mano seguí golpeándola en el estómago.-Por fin vas a aprender a callarte.-Le dije mientras caía al suelo. Allí seguí golpeándola, esta vez a patadas. No era consciente de mis actos.
     Entonces escuche una sirenas, dos coches de policía venían.-Los vecinos pensé...-Uno de ellos había avisado a la policía.
     Los policías derribaron la puerta y me encontraron a mi con las manos en alto. Linda estaba tirada en el suelo, en un charco de sangre, de su propia sangre.
     -No te muevas hijo de puta.-Me decía uno de ellos apuntándome con la pistola.-Estás detenido por maltrato, búscate un buen abogado amigo.-Yo no dije nada, me limité a obedecer.
     -La ambulancia viene de camino, mirar si la mujer aún sigue viva.-Decía otro.
     En el fondo del corredor, estaba Frank, mi hijo de tres años, atónito, sin dejar de mirar a su madre llena de sangre y a su maldito padre, al hijo de puta de su padre.
     Dos semanas después estaba libre, se celebró el juicio, Linda ya estaba bien, pero se que las secuelas que le dejé aquella noche estaban adentro de ella, muy en el fondo de su corazon. Tuve que pagarle una indemnización de diez mil dólares, más una pensión para el niño de setecientos pavos cada mes.
      Pero eso no era todo, el FBI no podía permitirse tener a un alcohólico maltratador entre sus hombres. Me echaron, les ahorré el finiquito.
     No me quedaba nada, mi cuenta bancaria estaba casi vacía, no podía estar a menos de quinientos metros de mi mujer y además tenía que pagarle todos los meses setecientos dólares que no sabía dónde sacarlos.
Comencé el maldito año de culo y para no olvidarme nunca de esto, me tatué la fecha de ese maldito día en el pecho, el día que lo perdí todo.
     No paro de decírmelo, pero daría lo que fuera por volver a abrazarla, pedirle el perdón que nunca le dije y ese último te quiero. Quería volver a jugar con mi hijo y darle un beso en la frente cada mañana antes de irme a trabajar. Pero ya no me quedaba nada de eso, ahora, sólo eran sombras, sombras que me perseguían cada noche y que no me dejaban dormir.
     Sólo sombras.

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