jueves, 21 de agosto de 2014

Shadows (11). Sweet Home Oregon.

     Desperté arropado por mi chaqueta. Mis ropas y mis manos seguían llenas de sangre, por desgracia, lo ocurrido la noche anterior era cierto. No podía asimilar que la mujer que tanto amaba había sido asesinada por el tipo que llevaba persiguiendo semanas. Lo peor es que yo era el único sospechoso.
     La luz de la mañana entraba por las ventanas de la fábrica, acompañada de una fría brisa invernal que llenaba el lugar de un aire helado.
     Me levanté desperazándome y mirando hacia mi alrededor solté un breve bostezo, guardando la pistola en la funda que se encontraba en mi cinto salí hacia afuera.
     La fábrica estaba casi caída, el bosque que se encontraba al lado, se apoderaba de los alrededores del recinto, llenándolo de pequeñas plantas y musgos que cubrían el suelo y las paredes.
     La policía no me había encontrado, y debía de pensar rápido, porque no tardarían en hacerlo. Escudriñé las afueras de la fábrica y encontré un viejo sombrero y una bufanda oscura. Les sacudí el polvo y salí a hacer autostop. Sabía que era un plan complicado, pero debía de recoger mi coche que se encontraba un poco más abajo de mi antigua casa. Volver allí era jugárselo todo a una sola carta, pero si no me atrevía a arriesgar, no podría ganar.
     Un viejo granjero me montó en su camioneta y me llevó hacia las afueras de la ciudad. Para no ser visto en la calle ni en el metro, paré un taxi que me llevó hasta la calle Crow. No había ningún policía cerca, sólo pude ver las cintas y los carteles de "prohibido el paso" colgados en lo que un día yo llamé hogar.
     No podía olvidar la cara de mi hijo al verme sostener el cuerpo de su madre muerta. Aquella mirada infundía miedo y dolor, un miedo que llevaba reprimiendo desde hacía años. Él no dijo nada, sólo me miró y guardó silencio, como si él mismo esperara el final que su madre obtuvo.
     Encontré mi coche parado en el mismo lugar donde lo dejé la noche anterior. Por suerte, el coche no estaba a mi nombre, estaba a nombre de mi tío Phil, y claro, no levantaría sospechas.
     Salí todo lo rápido que pude de la ciudad, intentando que la policía no encontrara mi rastro ni ninguna prueba con la que pudieran persiguirme. Entré en una carretera comarcal al sur. Pensé en viajar hasta México, pero la policía federal estaría peinando todas las fronteras del país.
     No sé por qué, pero pensé en mi padre, en el cabronazo del viejo Dellman y decidí poner rumbo al lugar en el que me crié. Viajar hacia Oregón.
     Me esperaban unas horas de camino, exactamente un día entero conduciendo sin parar. Por suerte me conocía casi todas las carreteras comarcales, y no encontraría ningún atasco de camino.
     Emprendí el viaje hacia mi tierra. Volver a ver los bosques vírgenes del Oeste, las Montañas Rocosas, el Pacífico. Todo aquello me recordaba a mi infancia, que por muchas quejas que tenga de ella, preferiría una vida de palizas por parte de mi padre que la vida que me he labrado yo mismo. Pero aún así, a esto no se le podía llamar vida.
     Mientras que veía todas las carreteras secundarias y los verdes bosques del Oeste, escuchaba la radio. De pronto apareció una canción que me encantaba, era de mis favoritas.
   "-Today is gonna be the day that they're gonna throw it back to you
By now you should've somehow realized what you gotta do
I don't believe that anybody feels the way I do about you now".
     Oasis, los sucesores de The Beatles para muchos, para otros ni su sombra. Lo único que sabía era que esos refinados ingleses me gustaban mucho y que  le daban mil vueltas a esos jodidos Blur. Los ritmos suaves de Oasis me hacian olvidarme de todo, acordarme de mi juventud y dejarlo todo atrás, desconectar del mundo. Quizás por eso me gustaban tanto. Porque aunque todo fuera mal, sus canciones me hacian creer que todo era perfecto.
      El cielo empezaba a oscurecerse, miré el reloj y ya eran alrededor de las ocho. Tenía bastante hambre así que paré a tomar algo en un bar de carretera. De paso, cenaría.
     Pedí una Coca-Cola de botella y un costillar con salsa BBQ. No me quedaba mucho dinero en la cartera, apenas unos cien dólares y no podía sacar más pasta del banco. Si los federales no habían anulado la cuenta ya, tendrían vigilado los registros por si se me ocurría sacar lo poco que teñia en mis arcas privadas.
     Comí bastante deprisa, casi engullendo, y no aproveché si quiera los restos que quedan en los filos del hueso de la costilla. Hasta la cola me la bebí rápido. Para acabar la cena, pedí un buen vaso de café para llevar y volví al coche.
     Llegada la una de la madrugada, pasé por un cartel en el que indicaba que me quedaban unos seiscientos kilómetros para pisar el estado de Oregón. Si mis cálculos no fallaban, en unas siete horas estaría en mi antiguo hogar.
     Seguía conduciendo a la vez que peleaba con mis ojos para que no se cerraran. Me desvié hacia la autopista, ya que un trozo de la carretera comarcal estaba en obras.
     - Sólo serán un par de kilómetros por autopista y de vuelta a la comarcal.- Pensé. Pero, aquel día la suerte no estaba de mi parte.
     Un control policial estaba delante mía, parando a los pocos conductores que había por aquellas horas de la madrugada.
     - Manten la calma John. Seguro que sólo es un simple control, verán que todo está en regla y te dejarán pasar.
     El camión que había delante mía pasó. Era mi turno.
     Un policía me paró.
     - Señor necesito que me enseñe su carnet de conducir. Estamos buscando a un hombre muy peligroso y creemos que ha escapado hacia esta dirección.
     - Siento decirle que no puedo entregarle el carnet.- Balbuceé.
     - ¿Qué problema hay para que no pueda enseñármelo?
     - No lo llevo encima.- Respondí vacilante.
     - Señor, baje del coche.
     Yo no respondí, seguí mirando hacia delante con las manos en el volante.
     - Señor, no se lo volveré a repetir, baje del coche.
     Giré la cabeza hacia él y lo miré. El policia me apunto con la linterna y sacó su arma.
     - ¡Hudson sal del coche, es él!- Le gritó a su compañero.
     Ya no había nada que hacer, me habían cogido e hiciera lo que hiciese, ya había perdido.
     - ¡Sal del coche maldito hijo de...!- No le dejé acabar la frase. Le disparé dos veces en el pecho con mi revólver, dos veces me bastaron para cagarla una vez más.
     Pisé el acelerador a fondo, el otro policia hizo lo mismo mientras llamaba a los refuerzos y estos no tardaron en llegar.
     El contador de mi coche marcaba 180 km/h, a esa velocidad si me chocaba con algo me mataría. Tres coches más se colocaron detrás mía y un helicóptero de los SWAT me apuntaba con un gran foco. En unos escacos minutos había desplegado media fuerza policial del país. Además, según lo que vi por el retrovisor, uno de los coches que me persiguía era del FBI.
     - Joder.- Grité. Afuera no haría más de cinco grados, pero yo sudaba como si estuviera corriendo en el maratón de Nueva York en pleno verano. Mi corazón palpitaba tan rápido que casi pensé que me daba un infarto.
     De repente, oí disparos. Los agentes del FBI y los policías que iban detrás mía empezaron a disparar. Una bala alcanzó la luna trasera del coche, fragmentándola en miles de trozos, otra la rompió del todo. Un tercer disparo alcanzó la matrícula trasera.
     - Quieren pincharme una rueda.- Me dije.
     Alcancé la carretera comarcal mientras  los coches seguían detras mía. Me fijé de reojo y ya casi estaba en Oregón, pero aún así sólo un milagro me salvaría de esta.
     Pero como ya había dicho, hoy no era mi día.
     Una barrera policial se encontraba a unos cien metros de mí, así que o paraba o me mataba.
     Sin pensarlo dos veces di un volantazo hacia el bosque y me metí en un carril de tierra. Uno de los coches consiguió alcanzarme y justo cuando desvié un segundo la mirada del camino para ver por el retrovisor, una bala alcanzó una de las ruedas traseras e hizo que maniobrara mal. El coche saltó por un pequeño barranco y el otro vehículo que me persiguía se paró justo al filo del precipicio.
     Me golpeé la cabeza contra el techo, sentí un breve dolor y perdí el conocimiento.
     No sé cuantos minutos u horas estuve dormido. Pero sé que desperté en medio del bosque y el coche no arrancaba.
     Salí del auto muy mareado y busqué mi petaca. Llorando, maldecía mi vida y mi propia existencia, la bebí entera y me volví a dormir. No sé por qué lo hice, pero si tenía que morir, quería morir ya.
     Pero la suerte volvió a fallarme y por desgracia no acabé muerto aquella noche. Aún no.
     Aún quedaba una pieza por moverse y un final que contar.

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